Hace poco me recomendaron el último ensayo de Juan Villoro, "No soy un robot. La lectura y la sociedad digital", y al ponerme con él no pude evitar quedarme pensando en ese gesto que hacemos tantas veces al navegar por internet como es marcar la casilla que confirma nuestra humanidad. Irónico, ¿no? Tener que demostrarle a una máquina que no somos como ella.
Villoro lo expresa mejor que yo cuando escribe: «Sin necesidad de marcar una casilla, quien sabe leer afirma: "No soy un robot".» Esta frase contiene la esencia de todo su libro, la lectura como acto de resistencia humana frente a la automatización de nuestra vida cotidiana.
El laberinto digital en que nos perdimos
¿Cuántas veces has levantado la vista de TikTok y te has dado cuenta de que has pasado una hora deslizando el dedo por la pantalla? A mi me pasa más de lo que quisiera. Es como si nuestros dedos tuvieran vida propia, deslizándose por una pantalla infinita mientras nuestra mente se adormece.
Villoro explora esta sensación desde una perspectiva que combina lo personal con lo sociológico. No es casualidad que comience recordando sus días de estudiante de sociología, cuando la "enajenación" era un concepto académico y no una experiencia diaria. Como él mismo dice: «La enajenación, que en 1978 me pareció un buen tema para un trabajo de Sociología, hoy está a un clic de distancia.»
Y es que la alienación contemporánea ya no viene solo del trabajo o del consumo, sino de nuestra conexión permanente. Somos espectadores, usuarios y mercancía, todo al mismo tiempo. Generamos datos mientras consumimos contenidos que un algoritmo seleccionó para nosotros. La pescadilla que se muerde la cola.
La paradoja de la visibilidad
La cultura digital ha logrado lo impensable, convertir la pérdida de autonomía en una experiencia deseable. En palabras de Byung-Chul Han, citado por Villoro:
«La sociedad del control se consuma allí donde su sujeto se desnuda no por coacción externa, sino por una necesidad engendrada en sí mismo.»
Y es que nadie nos obliga a publicar fotos de nuestro desayuno o a compartir nuestra ubicación en tiempo real. Lo hacemos porque queremos ser vistos. Hemos interiorizado la lógica del espectáculo hasta el punto de convertir nuestra vida cotidiana en un show permanente. Lo explica muy bien
cuando habla de la “peak morning routine”.Como apunta Villoro: «La gran aportación de la era virtual es que ahora la vigilancia se percibe como una dádiva.» ¿Qué os parece? Lo que en 1984 de Orwell era una distopía, ser vigilado constantemente, hoy es un privilegio por el que pagamos gustosamente con nuestro tiempo, nuestra privacidad y nuestros datos. Instagram, TikTok, Twitter (ahora X), Facebook... todos son espejos donde buscamos la validación de nuestra existencia a través de likes, comentarios y compartidos.
El algoritmo como nuevo filósofo
Antes las personas formaban su visión del mundo a través de grandes ideas (si les llegaban, claro). Leíamos a filósofos, políticos, escritores. Ahora dejamos que un algoritmo decida qué merece nuestra atención. Como dice Villoro: «Ningún filósofo contemporáneo influye más que un algoritmo.»
No solo hemos perdido el control sobre lo que consumimos, sino que hemos delegado nuestro pensamiento crítico en sistemas diseñados para maximizar nuestro tiempo de pantalla, no nuestra comprensión del mundo.
Pero no todo está perdido. Villoro recupera una anécdota significativa sobre Stanislav Petrov, el oficial soviético que en 1983 evitó una guerra nuclear al desconfiar de lo que su ordenador le indicaba como un ataque estadounidense. Su frase: «Somos más sabios que las computadoras» resuena con especial fuerza en estos tiempos donde parece que confiamos más en el GPS que en nuestro sentido de orientación (eso el que aún no lo tenga atrofiado).
La lectura como acto subversivo
¿Y si te dijera que abrir un libro es hoy un acto político? Suena exagerado, pero en un mundo donde la atención es el recurso más preciado y disputado, dedicar tiempo a la lectura profunda es casi revolucionario.
Cuando leemos de verdad (no ese escaneo en diagonal que hacemos en las pantallas) estamos recuperando algo esencial, nuestra capacidad de interpretación.
«La escritura ofrece la posibilidad de un texto; su significado profundo deriva de otro gesto: la interpretación.»
Interpretar es conectar ideas, establecer relaciones, cuestionar lo que se nos presenta. En definitiva, es ejercer nuestra humanidad de forma plena. Por eso, en un sentido profundo, interpretar es afirmar que no somos robots.
Me gusta especialmente cuando describe al lector como "un detective salvaje" que "no decodifica textos, sino vidas" ¿Cuántas de ellas habéis vivido al leer? Leer es rastrear indicios, seguir pistas, construir sentido en un mundo cada vez más fragmentado y caótico. La sensación que se tiene cuando todo cobra sentido, no tiene precio.
La resistencia de la página
El libro físico ofrece una experiencia de lectura offline, no rastrea tus elecciones, no interrumpe con recomendaciones automatizadas ni mide tus hábitos de lectura. Sin embargo, lo digital también permite espacios de lectura profunda cuando el lector decide usarlos con intención crítica. Yo mismo, me encanta la erótica del papel, pero reconozco que desde hace mucho tiempo soy un asiduo de mi Kobo y de mi tablet para leer cómics. En Good Reads podéis ver a lo que dedico una parte importante de mi tiempo libre.
El libro y el tiempo de lectura es un espacio de libertad donde el tiempo transcurre de otra manera. Es lento o rápido (relativo), exige paciencia, concentración, soledad. Todas esas cosas que escasean en nuestro presente hiperconectado.
Quizás por eso, como sugiere Villoro, el libro impreso representa hoy un gesto de resistencia cultural. No porque sea mejor o peor que lo digital, sino porque nos obliga a una experiencia diferente del tiempo y del pensamiento. Una experiencia que se está perdiendo bajo la tiranía de lo inmediato.
La seducción consentida
«Nos sometemos a lo que nos gusta.»
Estas cinco palabras encierran la paradoja de nuestra relación con la tecnología digital. No la sentimos como una imposición porque nos seduce, porque nos da placer inmediato, porque satisface nuestra vanidad y nuestra curiosidad. Si lo tuviera que expresar mi padre diría que «sarna con gusto no pica».
Y ahí está el truco. Como explica Hannah Arendt, citada por Villoro: «El sentido común es político por excelencia.» Lo que esto significa es que nuestros juicios cotidianos, nuestras pequeñas decisiones (abrir esta app en lugar de un libro, hacer scroll cinco minutos más, compartir esta foto) tienen consecuencias políticas aunque no lo percibamos así.
La lectura como forma de estar en el mundo
Una de las cosas que más me gusta del libro es que no idealiza el pasado ni demoniza la tecnología. No se trata de volver a un mundo pre-digital (cosa imposible), sino de recuperar ciertos modos de atención y pensamiento que la cultura digital está erosionando.
La lectura no es solo un hábito cultural o un pasatiempo. Es una forma de estar en el mundo, de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. Es, sobre todo, algo que nos humaniza en un entorno cada vez más impersonal.
Mi experiencia personal
Confieso que mientras leía "No soy un robot" me sentía cuestionado. Yo también vivo pegado a las pantallas (al menos en horario laboral, luego intento desconectar), también me pierdo en el scroll infinito, también me atonta la sobreinformación y la sensación de estar siempre conectado, pero nunca realmente presente.
Pero también sé que la lectura me ha salvado muchas veces. Esos momentos en que logro sumergirme completamente en un libro son pequeños oasis en medio del ruido digital. Son momentos en los que recupero mi capacidad de concentración, de pensamiento, de imaginación.
Como tú que me lees, seguramente también tienes esta relación «ni contigo, ni sin ti» con la tecnología. La necesitamos, nos facilita muchas cosas, nos conecta con personas y conocimientos que de otro modo serían inaccesibles. Pero también nos fragmenta, nos distrae, nos convierte en productos.
Un camino intermedio
No creo que la solución sea abandonar los smartphones ni volver exclusivamente al papel (yo no podría). Como siempre, se trata de encontrar un equilibrio. De usar la tecnología con cabeza, de no dejarnos usar por ella.
Así que la próxima vez que marques la casilla "No soy un robot", recuerda que hay una forma más profunda de demostrar que eres una persona y es tomar un libro, sumergirte en sus páginas y dejarte llevar por las palabras de alguien que, como tú, intentaba entender este mundo en que nos ha tocado vivir.
Mientras sigamos siendo capaces de leer con atención plena, de interpretar críticamente, de dudar y de cuestionar, seguiremos siendo humanos en un mundo cada vez más automatizado. Y esa es, quizás, la batalla más importante de nuestro tiempo.