Cuando hablamos de inteligencia artificial y automatización, solemos imaginar escenarios futuristas (o ya de un presente hecho realidad) repletos de robots autónomos, operando con precisión quirúrgica y eficiencia implacable. Pero detrás de esa “deseable” escena se esconde una realidad mucho más humana, menos glamorosa y, tristemente, mucho más precaria. Esta es precisamente la tesis central que Antonio A. Casilli presenta en su libro Waiting for Robots: The Hired Hands of Automation, una obra que pone de manifiesto que la precariedad es parte de lo que realmente sostiene la automatización de la IA.
"La automatización no es el fin del trabajo. Es una reconfiguración del trabajo: su fragmentación, externalización y ocultamiento".
Aquí comienza su crítica al mito de la inteligencia artificial autónoma que supuestamente desplaza al trabajador humano. En realidad, detrás de cada algoritmo, cada recomendación automática y cada sistema "inteligente", existe una legión de personas realizando microtareas repetitivas, mal pagadas e invisibles para el usuario final.
El espejismo de la IA autónoma
Un ejemplo llamativo es el caso de la aplicación europea SuggEst, que presumía de recomendaciones automáticas basadas en inteligencia artificial. Sin embargo, la realidad era menos sofisticada y bastante más humana: la aplicación contrataba personas en Madagascar para realizar las recomendaciones manualmente, simulando así un algoritmo inteligente.
"Detrás de cada sistema inteligente hay una multitud de tareas humanas: pequeñas, repetitivas y mal pagadas".
Más allá del libro hace poco en CluPad en Corto comenté la noticia de Builder.ai que trabajaba con un esquema similar, con un equipo de 700 programadores en India para simular que una app basada en IA lo hacía todo.
Este fenómeno de microtrabajo se replica globalmente, con plataformas como Amazon Mechanical Turk, donde millones de personas etiquetan imágenes, clasifican contenido o validan datos para entrenar algoritmos que luego empresas como Amazon, Google o Meta comercializan con gran rentabilidad. Este trabajo, deslocalizado y fragmentado, permanece oculto a los ojos del consumidor y enmascarado bajo promesas de automatización total.
Economía de plataformas: la fábrica sin paredes
Las plataformas digitales han creado un modelo laboral que Casilli denomina "fábricas sin muros". Empresas como Uber, Airbnb o TikTok capturan valor a partir de las interacciones y contenidos generados por usuarios que, paradójicamente, no reciben retribución alguna por producir este valor.
"Los usuarios de redes sociales son trabajadores no remunerados que generan valor al interactuar".
La economía de plataformas, por lo tanto, no elimina el trabajo, más bien transforma y precariza las relaciones laborales. Los "empleadores" automatizados captan el beneficio sin asumir responsabilidades ni costes laborales, externalizando riesgos y responsabilidades sobre los propios usuarios o trabajadores digitales, especialmente jóvenes, mujeres, migrantes y personas del Sur Global, quienes terminan siendo la mano de obra invisible del siglo XXI.
¿Hacia dónde vamos? Un camino más justo es posible
Casilli no se limita a señalar el problema, también propone soluciones concretas. Entre ellas destaca la necesidad urgente del reconocimiento legal del trabajo en plataformas, tomando como referencia iniciativas pioneras como la Directiva Europea de 2024 o la Ley Riders en España. Esto garantizaría condiciones laborales dignas para aquellos que hoy permanecen en las sombras de la economía digital.
Otra propuesta interesante es la creación de nuevas formas organizativas, tales como cooperativas de plataforma, gremios digitales y sindicatos transnacionales, capaces de contrarrestar el poder desigual de las grandes empresas tecnológicas. Finalmente, Casilli aboga por una redistribución justa del valor digital mediante la implementación de ingresos colectivos redistributivos, reconociendo y compensando la aportación invisible pero esencial de millones de trabajadores digitales.
Lecciones para la administración pública y comunicación digital
Para las administraciones públicas, este análisis ofrece pautas claras. Es imprescindible replantear los procesos de contratación, asegurando que las plataformas digitales contratadas no exploten mano de obra precaria y deslocalizada. Asimismo, incorporar cláusulas laborales en licitaciones públicas podría garantizar transparencia y justicia en la economía digital emergente.
En comunicación digital, la tarea es visibilizar activamente el trabajo humano detrás de los sistemas automáticos. Evitar la seducción fácil de narrativas de automatización total es crucial. Un enfoque honesto y ético exige revelar la verdadera estructura laboral detrás de la inteligencia artificial y, además, establecer códigos éticos claros para el uso responsable de tecnologías digitales.
Más allá del mito tecnológico
Casilli nos desafía a abandonar las fantasías de un futuro sin trabajo humano y nos recuerda, con contundencia poética, que "el futuro del trabajo no es poshumano; es posvisible". Debemos entonces preguntarnos qué clase de visibilidad queremos dar a las manos humanas que hoy sostienen nuestra tecnología digital.
La próxima vez que veamos un sistema "inteligente", tal vez convenga preguntarnos: ¿Quién está detrás realmente de la máquina?