Como casi Boomer, inmigrante digital y early adopter (qué bien queda esto último), he visto cómo las Big Tech no solo han cambiado la forma en que nos comunicamos o consumimos información, sino que han transformado silenciosamente las reglas del juego social, político y económico. Nos movemos en un entorno donde, muchas veces sin darnos cuenta, son los algoritmos los que deciden qué vemos, qué compramos y, en gran medida, qué pensamos.
Aquí es donde surge el concepto de tecnocasta, una élite digital que, al igual que una aristocracia del pasado, concentra el control de los datos y las infraestructuras tecnológicas sin apenas rendir cuentas. Es como si viviéramos en una obra teatral donde cada clic y cada “me gusta” son parte de un guion que no escribimos, pero que influye en nuestras decisiones diarias.
Pero, ¿qué significa realmente ser gobernados por un puñado de empresas tecnológicas? ¿Qué impacto tiene este dominio sobre nuestra privacidad, economía y democracia? Vamos a ver cómo se configura esta tecnocasta, cómo moldean el mundo a su favor y qué podemos hacer para evitar que su poder siga creciendo sin control. Porque más allá de la innovación y la comodidad, está en juego algo más grande que es el equilibrio del poder.
Origen y conceptualización del término
Para entender qué es la tecnocasta, primero hay que desmontar la ilusión de que el mundo digital es un espacio neutral. Nos han vendido la idea de que Internet es un terreno abierto, donde cualquiera puede participar en igualdad de condiciones (al menos es lo que pensábamos al principio). Pero la realidad es distinta y es que unas pocas corporaciones controlan las infraestructuras, los datos y los algoritmos que determinan lo que vemos y hacemos online.
El término tecnocasta es una combinación de "tecnología" y "casta", y refleja precisamente esa concentración de poder digital en manos de una élite. No es solo un neologismo reciente, sino una forma de describir cómo un grupo reducido de actores ha construido un ecosistema donde su influencia es casi absoluta y su rendición de cuentas, prácticamente nula.
Ahora bien, no solo es el concepto de tecnocasta, se utilizan habitualmente otros similares que os pongo a continuación:
El término tecnocasta ha ganado visibilidad en discursos políticos recientes, pero la idea que representa trasciende fronteras. En EE.UU., en la Unión Europea y en otros mercados, el debate sobre la falta de regulación y el dominio de las Big Tech es cada vez más fuerte. Desde la presión por leyes antimonopolio hasta las discusiones sobre transparencia algorítmica, la preocupación por el poder sin control de estas empresas es un tema global. Al menos hasta ahora. Con la llegada de Trump de nuevo a la Casa Blanca, hemos visto como esa Tecnocasta se han reunido a su alrededor para rendirle pleitesía.
En resumen, la tecnocasta es la versión digital de una aristocracia que domina sin someterse a las normas que rigen para el resto. Entender su funcionamiento es el primer paso para cuestionar hasta qué punto queremos seguir viviendo en un sistema donde unos pocos lo deciden todo sin que podamos exigirles responsabilidades.
El poder e influencia de la élite tecnológica
Es imposible ignorar el peso que las Big Tech han adquirido en nuestra sociedad. Su influencia va mucho más allá de la economía digital ya que controlan la información que consumimos, moldean nuestras interacciones y determinan qué negocios prosperan y cuáles desaparecen.
Cada vez que buscas algo en Google, cada vez que Facebook decide qué contenido mostrarte, cada vez que Amazon prioriza ciertos productos en su marketplace, hay un algoritmo decidiendo por ti. Lo más inquietante es que no sabemos exactamente cómo funcionan esos algoritmos, pero confiamos en ellos sin cuestionarlos.
El poder de la tecnocasta no es solo cuestión de riqueza. No hablamos únicamente de empresas que facturan miles de millones al año, sino de actores que controlan las infraestructuras esenciales de la vida digital. Es un dominio tan extendido que, sin ellos, nuestra economía y comunicación colapsarían.
En la Edad Media, quien tenía tierras tenía poder. Hoy, el equivalente a esas tierras son los algoritmos, los datos y la atención de los usuarios. No es casualidad que se hable de tecnofeudalismo. En este sistema, las Big Tech no venden productos, sino que crean ecosistemas cerrados de los que es casi imposible salir.
Si eres un creador de contenido, dependes de YouTube, TikTok o Instagram para llegar a tu audiencia. Si tienes un negocio online, dependes de Google para ser encontrado o de Amazon para vender. En el momento en que estas plataformas cambian las reglas o limitan tu alcance, te conviertes en un siervo digital sin poder de decisión real.
Y a medida que la tecnocasta ha ido acumulando más poder, ha surgido un movimiento en su contra, el techlash. Una respuesta a las Big Tech que cada vez más sectores denuncian las prácticas monopolísticas, la falta de transparencia algorítmica y los abusos en la gestión de datos personales.
Ejemplos de techlash:
Demandas antimonopolio contra Google en EE.UU. y la UE por prácticas de abuso de dominio en el mercado de la publicidad digital.
Huelgas y protestas en Amazon por las condiciones laborales de sus trabajadores y la presión que ejerce sobre proveedores.
Regulaciones como el Digital Markets Act en la UE, que busca frenar la capacidad de las Big Tech de asfixiar a la competencia.
Críticas de ex-insiders como Tristan Harris, ex-Google, quien denuncia que los algoritmos están diseñados para manipular la atención del usuario sin ética ni control.
Lo preocupante es que, pese a estos esfuerzos, las Big Tech siguen encontrando formas de esquivar la regulación, ya que su poder no se basa en la política tradicional, sino en algo más difícil de controlar como es su dominio estructural sobre la infraestructura digital.
Si el poder de la tecnocasta sigue creciendo sin límites, el futuro digital será un escenario donde un puñado de empresas decidirá lo que podemos ver, decir y hacer online. No es una simple cuestión de monopolio económico, sino de control sobre la información y la sociedad misma.
En este contexto, es fundamental que empecemos a cuestionar su poder y exigir mayor transparencia y regulación. Porque si no lo hacemos ahora, puede que cuando queramos reaccionar ya sea demasiado tarde.
Discursos políticos y propuestas regulatorias
El debate sobre la tecnocasta ha ido ganado relevancia ultimamente, impulsado por figuras políticas y reguladores que han señalado el creciente dominio de las Big Tech y su impacto en la democracia, la economía y la sociedad.
En España, Pedro Sánchez ha sido el primero (creo) en popularizar el término tecnocasta, señalando directamente a figuras como Elon Musk y denunciando el riesgo de que estas grandes corporaciones tecnológicas actúen al margen de las instituciones democráticas. En sus intervenciones, ha criticado la falta de control sobre los algoritmos y ha advertido que el poder acumulado por las Big Tech puede influir en la política, polarizar la sociedad y socavar la credibilidad de los gobiernos.
Pero este no es un debate exclusivo de España. En todo el mundo, reguladores, juristas y expertos han alzado la voz contra el dominio de las Big Tech y han promovido iniciativas para frenar su poder.
Margrethe Vestager, como comisaria de Competencia de la Unión Europea, ha sido una de las principales impulsoras de regulaciones contra las Big Tech. Durante una década, lideró la lucha contra sus prácticas anticompetitivas, imponiendo sanciones millonarias y promoviendo leyes como la Ley de Mercados Digitales (DMA), diseñada para evitar que las plataformas dominantes asfixien a la competencia.
Lina Khan, al frente de la Comisión Federal de Comercio (FTC) de EE.UU., adoptó una postura aún más agresiva contra las fusiones corporativas y el abuso de posición dominante. Su objetivo era frenar la expansión de las Big Tech y proteger la competencia en el mercado.
En el contexto español, José María Lassalle ha denunciado que plataformas como X (antes Twitter) "rompen la conversación porque el odio genera negocio", señalando que la polarización digital es parte del modelo de negocio de estas empresas.
Mariola Urrea, en el mismo debate, cuestionó si las instituciones públicas deberían seguir participando en plataformas digitales que, según ella, están diseñadas para debilitar la democracia. Sugirió que incluso el presidente del Gobierno debería reconsiderar su presencia en redes como X.
En respuesta al dominio de la tecnocasta, han surgido múltiples iniciativas regulatorias en distintas regiones. Algunas de las más relevantes son:
Digital Markets Act (UE) → Diseñada para evitar que las Big Tech abusen de su posición dominante en el mercado digital. Obliga a plataformas como Google, Amazon y Meta a no favorecer sus propios productos en detrimento de competidores y a permitir la interoperabilidad entre servicios de mensajería.
Ley de Servicios Digitales (UE) → Busca frenar la desinformación y la manipulación algorítmica, obligando a las plataformas a explicar cómo funcionan sus sistemas de recomendación y mejorar sus políticas de moderación de contenido.
Demandas antimonopolio en EE.UU. → Google, Meta y Amazon enfrentan juicios por abuso de poder, con el riesgo de fragmentación o restricciones en sus modelos de negocio.
Regulación de la IA (varios países) → La UE y EE.UU. trabajan en normativas para evitar que los algoritmos tomen decisiones discriminatorias o amplifiquen desigualdades sin supervisión humana.
Algunas iniciativas han generado un intenso debate sobre hasta qué punto los gobiernos deben intervenir en el mundo digital. Entre las más controvertidas están:
Responsabilidad penal para directivos → Se plantea que los CEOs de grandes tecnológicas puedan ser legalmente responsables por los efectos nocivos de sus plataformas, como la desinformación o los impactos en la salud mental de los usuarios.
Eliminación del anonimato en redes sociales → En línea con lo propuesto por Pedro Sánchez, esta medida busca que todo usuario esté identificado para reducir el discurso de odio y la desinformación. Sus críticos argumentan que podría afectar la libertad de expresión y ser utilizada con fines de vigilancia masiva.
Mayores restricciones publicitarias → Algunas regulaciones buscan limitar la recopilación de datos para personalización de anuncios, lo que afectaría el modelo de negocio de empresas como Google y Meta.
Si bien estos intentos de regulación son un paso adelante, las Big Tech siguen encontrando formas de eludir las restricciones. Aprovechan vacíos legales, trasladan operaciones a jurisdicciones más laxas o simplemente pagan multas sin que esto afecte realmente su modelo de negocio.
Esto plantea una pregunta clave: ¿puede el marco legal tradicional regular a una tecnocasta cuyo poder se basa en la infraestructura digital que carece de fronteras físicas?
La tecnocasta ya no es solo un problema económico, es un desafío para la democracia misma.
Perspectivas críticas y análisis bibliográfico
Para comprender el impacto de la tecnocasta, no basta con señalar su existencia. Es necesario analizar cómo este fenómeno ha sido estudiado desde diferentes enfoques. A lo largo de los años, varios autores han diseccionado el poder de las Big Tech, explorando desde su modelo de negocio hasta su capacidad para manipular información, influir en la política y redefinir el concepto de soberanía digital. Os dejo algunas referencias que he ido leyendo:
Un capitalismo de vigilancia en el que los datos son moneda de poder: Uno de los libros sobre la tecnocasta es The Age of Surveillance Capitalism de Shoshana Zuboff. Para ella, las Big Tech han perfeccionado un nuevo modelo económico en el que los datos de los usuarios son extraídos, analizados y comercializados sin su consentimiento real. Su tesis es clara, el capitalismo tradicional ha sido superado por un nuevo paradigma donde el verdadero valor ya no está en los productos, sino en la vigilancia constante y la predicción del comportamiento humano. Desde esta perspectiva, la tecnocasta no solo es una élite económica, sino una estructura de poder basada en la recopilación masiva de información y la manipulación algorítmica de la realidad. Google, Meta y Amazon no solo venden servicios, venden certezas a los anunciantes y a los gobiernos, convirtiéndose en intermediarios de la realidad digital.
El enemigo digital manipula, controla y polariza: En El enemigo conoce el sistema, Marta Peirano profundiza en la capacidad de la tecnocasta para influir en la opinión pública y moldear la narrativa global. Su investigación expone cómo las plataformas diseñan sus algoritmos no para informar, sino para maximizar la adicción, la polarización y el tiempo de uso, generando un entorno donde las emociones extremas son el principal combustible del engagement. Peirano argumenta que la tecnocasta ha creado un sistema donde las redes sociales no funcionan como espacios de debate, sino como máquinas de radicalización progresiva, donde la indignación y el conflicto se convierten en un producto rentable.
Tecnocapitalismo y tecnofeudalismo son las nuevas estructuras de poder:
Otros autores han analizado la tecnocasta desde una perspectiva económica. Loretta Napoleoni, en Tecnocapitalismo, describe cómo el capitalismo tradicional ha mutado en una nueva forma donde las Big Tech ya no necesitan explotar recursos físicos, sino que dominan la economía a través del control de la información y la infraestructura digital. Por su parte, Yanis Varoufakis, en Tecnofeudalismo, lleva esta idea aún más lejos: las plataformas digitales han dejado de ser meras empresas para convertirse en auténticos feudos digitales, donde los usuarios no son clientes ni ciudadanos, sino vasallos atrapados en ecosistemas diseñados para maximizar su dependencia.
Ambos coinciden en que la tecnocasta ha reescrito las reglas del poder económico, eliminando la competencia real y creando mercados donde no hay alternativas viables. Si una empresa no está en Google, no existe. Si un creador de contenido no está en YouTube, pierde toda su audiencia. Si un comercio no está en Amazon, difícilmente puede competir.
La dictadura de los datos y la hegemonía de Amazon: En Data Dictatorships, Borja Moya profundiza en cómo las grandes plataformas han monopolizado no solo la información, sino también la capacidad de interpretar la realidad. Su tesis es que vivimos en un régimen donde los datos son la nueva moneda de poder, pero ese poder no está distribuido equitativamente. Este pertenece a un puñado de empresas privadas que deciden qué es visible y qué no. Un ejemplo claro de este modelo lo ofrece Brian Dumaine en Bezonomics, donde analiza cómo Amazon ha convertido la automatización y la recopilación de datos en un arma para exterminar a la competencia. Amazon no solo vende productos, decide qué productos tienen visibilidad, qué precios son viables y qué negocios pueden prosperar dentro de su marketplace. Dumaine describe a Amazon como una máquina diseñada para devorar sectores enteros de la economía, creando un ecosistema donde solo quienes se someten a sus reglas pueden sobrevivir.
Lo que estos autores dejan claro es que la tecnocasta no es solo una élite de empresarios exitosos, es un sistema de poder diseñado para operar al margen de las normas tradicionales. No dependen de gobiernos, no compiten en igualdad de condiciones y no rinden cuentas a nadie.
Mientras que el capitalismo tradicional tenía controles más o menos definidos (regulación, competencia, mercados abiertos), la tecnocasta ha creado un entorno donde sus decisiones son incuestionables, porque operan a nivel estructural.
Y aquí está la verdadera amenaza, si la tecnocasta sigue expandiendo su dominio sin restricciones, el futuro digital será un escenario donde un puñado de empresas decidirá qué es visible, qué es rentable y qué es aceptable en nuestra sociedad.
La pregunta, entonces, no es solo cómo hemos llegado hasta aquí, sino qué podemos hacer para recuperar el control sobre nuestra propia realidad digital.
Ética, responsabilidad y futuro
La ética y la responsabilidad deberían ser el contrapeso natural al poder. Sin embargo, la tecnocasta ha logrado operar con un nivel de impunidad sin precedentes. En un sistema donde los algoritmos deciden lo que consumimos, donde los datos son extraídos sin nuestro consentimiento real y donde la polarización se convierte en un modelo de negocio, ¿quién rinde cuentas cuando las cosas salen mal? ¿Es el usuario el responsable o la plataforma?
En la economía tradicional, existen regulaciones para evitar que una empresa cause daños ambientales o financieros. Pero en el mundo digital, los daños son invisibles y las consecuencias se diluyen entre millones de usuarios.
El problema no es solo la acumulación de poder, sino la falta de mecanismos para responsabilizar a quienes toman decisiones que afectan a millones de personas.
Las Big Tech han creado sus propios códigos de ética, han contratado "comités de supervisión" y han financiado estudios sobre responsabilidad digital. Pero todo esto es maquillaje, básicamente purpose washing. Mientras tanto, los algoritmos siguen diseñados para maximizar el tiempo de uso, la atención y el consumo, sin importar el impacto psicológico o social que tengan.
Las decisiones que toman no son neutrales. Cuando un algoritmo decide qué información es prioritaria, está moldeando la percepción de la realidad. Cuando una red social incentiva la viralidad de contenido extremo, está influenciando el discurso público. La tecnocasta ha sustituido las reglas tradicionales de la democracia por un sistema donde la visibilidad y la influencia dependen de criterios opacos y privados.
Si dejamos que la tecnocasta siga operando sin limitaciones, el futuro será un entorno digital donde:
La información será un producto de mercado, priorizando lo que genere más beneficios, no lo que sea más veraz o relevante.
La democracia quedará subordinada a los intereses de unos pocos actores digitales, que podrán influir en elecciones, políticas y movimientos sociales con una simple modificación algorítmica.
Las alternativas al dominio de las Big Tech serán prácticamente inexistentes, porque los monopolios digitales ya habrán asfixiado cualquier modelo de competencia real.
La tecnocasta no es solo un problema económico o tecnológico, es un desafío político y social que define el futuro. Si las reglas siguen siendo dictadas por unos pocos, la tecnología se convertirá en una herramienta de control en lugar de un motor de innovación y progreso colectivo.
El dilema está claro, o nos ponemos de frente a la tecnocasta o nuestra realidad estará gobernada por intereses privados.
Nada de qué preocuparse, solo unas cuantas empresas controlando el mundo
Si has llegado hasta aquí, puede que estés pensando: "Bueno, esto es preocupante, pero ¿qué se le va a hacer?". Y es precisamente esa mentalidad la que ha permitido que la tecnocasta alcance el poder que tiene hoy. Mientras nosotros seguimos consumiendo nuestras vidas en las redes sociales y confiando en Google (ahora quizá ChatGPT) para responder nuestras preguntas existenciales, unas pocas empresas han tejido un ecosistema donde controlan no solo la información, sino nuestra percepción del mundo.
No estamos hablando de un simple monopolio empresarial, sino de una élite digital que opera fuera de las reglas tradicionales de la democracia. La tecnocasta no tiene parlamentos ni elecciones, pero decide qué noticias se difunden, qué voces tienen visibilidad y qué modelos económicos prosperan. Su poder no está sujeto a la voluntad popular, sino a la lógica del algoritmo y el rendimiento financiero.
Y aquí viene la pregunta incómoda: ¿realmente queremos seguir entregando el control de nuestra sociedad a unas pocas corporaciones que ni siquiera podemos fiscalizar?
Si el futuro digital sigue en manos de la tecnocasta, el panorama es predecible:
Acceso a la información controlado por intereses privados, donde lo que ves y lo que no ves será decidido por un puñado de ejecutivos en Silicon Valley (o China, que de estos no hemos hablado, pero no hay que perderlos de vista).
Dependencia total de plataformas privadas para todo, desde la economía hasta la educación y la interacción social.
Democracias cada vez más vulnerables a la manipulación digital y la desinformación.
Pero no te preocupes, seguro que las Big Tech actuarán con ética, transparencia y responsabilidad. Seguro que velarán por nuestro bienestar antes que por sus beneficios. Seguro.
La realidad es que el único contrapeso posible es la regulación efectiva y la presión social. O tomamos medidas ahora, o aceptamos un futuro donde la tecnocasta será el único gobierno real que importe.
¿Queremos una tecnología que sirva a la sociedad o una sociedad que sirva a la tecnología?
Bibliografía
Dumaine, B. (2020). Bezonomics: Cómo Amazon está cambiando nuestras vidas y qué nos depara el futuro. HarperCollins.
Moya, B. (2021). Data Dictatorships: How Big Tech’s New Digital Tyranny Threatens Our Civil Liberties. Independently published.
Napoleoni, L. (2018). Tecnocapitalismo: El nuevo paradigma global. Paidós.
Peirano, M. (2019). El enemigo conoce el sistema: Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención. Debate.
Tarnoff, B. (2022). Internet for the People: The Fight for Our Digital Future. Verso Books.
Varoufakis, Y. (2023). Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo. Editorial Capitán Swing.
Wheeler, T. (2020). From Gutenberg to Google: The History of Our Future. Brookings Institution Press.
Wiener, A. (2020). Valle inquietante [Uncanny Valley]. Penguin Press.
Zuboff, S. (2019). La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Paidós.
Harris, T. (2020). Conversaciones sobre ética tecnológica [Entrevista]. YouTube.
El País. (2025, 2 de febrero). La filosofía ultraindividualista de Silicon Valley quiere conquistar el mundo. El País. Recuperado de https://elpais.com/tecnologia/2025/02/02/la-filosofia-ultraindividualista-de-silicon-valley-quiere-conquistar-el-mundo.html.
Comisión Europea. (2020). Propuesta de Reglamento sobre mercados digitales contestables y equitativos (Ley de Mercados Digitales). Recuperado de https://ec.europa.eu/competition/antitrust/legislation_digital-markets-act_es.pdf.