Estado Eléctrico y el espejismo de la realidad
Las máquinas siguieron funcionando mucho después de que sus dueños dejaran de dar órdenes. Ya no nos necesitaban.
Hace unos días vi Estado Eléctrico en Netflix. Ya había leído el libro ilustrado de Simon Stålenhag hace un tiempo, así que tenía claro de qué trataba. Pero verla en pantalla, con su estética distópica y ese aire de carretera sin destino, me hizo volver a la misma sensación que me dejó el libro, una mezcla entre fascinación y pesar al pensar en cómo la tecnología nos arrastra y, a la vez, nos aísla. No hace falta que miremos muy lejos para ver que las pantallas tienen un efecto muy similar a los cascos de realidad virtual de Estado Eléctrico.
El libro y la película hablan de muchas cosas, de la soledad, de la memoria, del colapso de un mundo que sigue avanzando por inercia, aunque nadie lo pilote. Pero lo que más me impacta, ahora que vuelvo a «revivir» la historia, es la manera en que retrata el escapismo digital, esa idea de que, en algún punto, dejamos de enfrentarnos a la realidad porque la virtualidad nos ofrece algo menos doloroso.
“Decían que los cascos lo harían todo mejor. Pero al final, solo hicieron que todo desapareciera.”
Y aunque en The Electric State es algo literal, con esos cascos de realidad virtual conectando a la gente a un mundo que ya no existe, no puedo evitar ver el paralelismo con lo que está pasando ahora con la inteligencia artificial.
Porque si en la historia de Stålenhag las personas se desconectan del mundo a través de una tecnología que simula otra realidad, en nuestro presente no estamos tan lejos de eso. La IA no solo está creando imágenes, voces y textos hiperrealistas, sino que empieza a construir mundos alternativos que, poco a poco, pueden volverse más atractivos que la realidad misma. ¿Para qué enfrentarse a una vida difícil si puedes tener un asistente que te dice lo que quieres oír, imágenes generadas a la carta y conversaciones con chatbots que jamás te juzgarán?
En Ready Player One, otro de esos relatos que tocan el tema del escapismo digital, la gente huye a Oasis porque su mundo real es un desastre. Pero la pregunta es: ¿qué pasa cuando ese metaverso (uiss “metaverso” que no me lea Zuckerberg) no es una elección, sino una necesidad? Cuando todo lo que nos rodea está tan automatizado, tan filtrado por algoritmos y asistentes inteligentes, que ya no sabemos distinguir si lo que vivimos es real o un reflejo optimizado de lo que queremos ver.
“Puedes sentirlo, ¿verdad? El silencio. No es solo la ausencia de ruido; es como si el mundo entero contuviera la respiración.”
Hoy, ese silencio es más difícil de percibir. Porque ya no nos dejan estar en silencio. Las redes, los asistentes de voz, los generadores de contenido infinito… todo diseñado para que sigamos enganchados, para que no tengamos que lidiar con el aburrimiento, con el miedo, con lo que no queremos pensar. Nos han dado el refugio perfecto para escapar de la incertidumbre. Y, sin embargo, esa misma tecnología que nos conecta con todo el mundo también nos deja más solos que nunca.
No digo que la inteligencia artificial sea el problema. El problema es cuando la usamos para evitar la realidad en lugar de mejorarla. Cuando elegimos el ruido constante antes que el silencio incómodo. The Electric State es un recordatorio de lo que pasa cuando la gente deja de vivir el presente porque lo que hay al otro lado de la pantalla parece más seguro. Pero al final, como dice Michelle en su viaje sin destino,
"Siguió conduciendo, aunque ya no quedaba ningún lugar a dónde ir."
¿Y nosotros? ¿A dónde seguimos conduciendo? ¿Cuánto falta para que esa realidad alternativa sea más real que la nuestra? No dejéis de hacer alguna pausa en lo digital y de desconectaros.