Polarización, soledad y algoritmos de Antoni Gutiérrez-Rubí
La generación perdida
Hace unos días charlaba con mi hijo de 20 años sobre su futuro profesional. Como casi todos los de su edad (que yo conozca) van más que perdidos, salvo contadas excepciones. Entre bocado y bocado de la comida, me dijo algo que me dejó parado "¿de qué me sirve estudiar si al final voy a trabajar en una fábrica o en algo parecido a un Glovo?" Su comentario me recordó a una frase que aparece en el último libro de Antoni Gutiérrez-Rubí, Polarización, soledad y algoritmos:
"¿De qué nos sirve la democracia si no podemos progresar?"
Esta pregunta, o lamento generacional, contiene el estado de ánimo de muchos de aquellos que han crecido escuchando que con esfuerzo y estudio todo era posible, pero que se ha encontrado con una realidad bien distinta. Y lo que más me llama la atención es que esta frustración no se queda en lo personal, ya que está reescribiendo las reglas del juego político, social y emocional de nuestra sociedad.
El guion roto de una generación
Los jóvenes de hoy viven una paradoja con la que se rompe una evolución natural. Como explica Gutiérrez-Rubí en su radiografía generacional, estamos ante la primera generación en décadas que probablemente vivirá peor que sus padres:
Solo el 42% de los jóvenes españoles puede cubrir bien sus gastos básicos y apenas el 24,5% puede ahorrar.
Pero el problema va más allá de lo económico. Es emocional, existencial. Un participante de los grupos focales del libro lo expresó con una claridad apabullante:
"Nuestros padres tenían un guion de vida que garantizaba el futuro. Nosotros seguimos ese guion y no obtenemos nada."
Esta ruptura del contrato social implícito - estudia, trabaja, prospera - ha generado algo que el autor define como "burnout generacional", un agotamiento colectivo que no se resuelve con unas vacaciones, sino que requiere repensar todo el sistema de expectativas y recompensas.
Y aquí es donde entran en escena los algoritmos, que no son solo código, sino arquitectos silenciosos de emociones y percepciones.
Cuando la máquina decide qué sientes
Si hay algo que me llama la atención del análisis de Gutiérrez-Rubí es cómo desmonta el mito de la neutralidad tecnológica. Los algoritmos que gobiernan Instagram, TikTok o YouTube no son herramientas inocentes, son sistemas diseñados para capturar atención a cualquier precio. Y ese precio lo pagan, principalmente, los más jóvenes.
"Las cámaras de eco y los filtros burbuja refuerzan las creencias previas y dificultan el encuentro con lo diferente"
Pero la cosa va más allá, y es que estos sistemas han descubierto que la polarización emocional es su mejor combustible. ¿Por qué? Porque genera engagement, esa métrica sagrada que convierte cada flame, cada comentario airado, cada share indignado en dinero contante y sonante.
El resultado es una generación atrapada en bucles emocionales que amplifican tanto sus miedos como sus esperanzas. Los algoritmos no distinguen entre verdad y mentira, entre contenido saludable y tóxico, solo miden eficacia comunicativa. Y la eficacia, en el mundo digital, a menudo encaja muy bien con extremismo.
Esta lógica algorítmica está creando lo que podríamos llamar "identidades de alta frecuencia", personalidades que se construyen en el ritmo frenético del scroll infinito, donde cada estímulo debe ser más intenso que el anterior para mantener la atención. Como dice Hartmut Rosa:
"No corremos ya en pos de un objetivo prometedor. Huimos de un abismo catastrófico que avanza a nuestras espaldas."
La soledad en la era de la hiperconectividad
Aquí llegamos a una de las paradojas más crueles de nuestro tiempo. Nunca habíamos estado tan conectados y, paradójicamente, nunca habíamos estado tan solos. Gutiérrez-Rubí lo pone negro sobre blanco:
"La soledad no deseada se ha convertido en un fenómeno generacional estructural, no coyuntural."
Esta soledad no es la romántica del artista incomprendido ni la temporal del estudiante lejos de casa. No es “morriña”, es algo más profundo, es una desconexión emocional que persiste incluso cuando estás rodeado de miles de followers, likes y comentarios. Es la soledad del que vive su vida como performance digital, donde cada momento debe ser documentado, filtrado y validado por extraños. Un entorno de cultura al ego y al postureo.
Los datos que maneja Antoni son para preocuparse, muestran una alta incidencia de trastornos mentales, baja autoestima y aumento de suicidios. El vacío relacional se amplifica en entornos saturados de tecnología donde la autenticidad se convierte en contenido y la vulnerabilidad en trending topic.
Y el punto clave de todo esto es cómo esta soledad estructural está alimentando respuestas políticas extremas. Cuando no tienes comunidad, cuando no tienes tribu, cualquier movimiento que te prometa pertenencia - por radical que sea - puede resultar atractivo.
El género como frontera política
Si algo queda claro en el análisis de Gutiérrez-Rubí es que ya no podemos hablar de "la juventud" como un bloque homogéneo. La brecha de género dentro de la generación Z es una falla tectónica que está redibujando el mapa político.
"Ellas más progresistas, ellos más conservadores. No es anecdótico, es estructural". Esta división no es solo ideológica, es existencial. Ellas tienden al activismo, la empatía y el progresismo; ellos al escepticismo, el conservadurismo y, en muchos casos, al desencanto político.
Esta polarización de género tiene raíces profundas. Los algoritmos no solo segmentan por edad o intereses, también por género, creando ecosistemas informativos completamente diferentes. Un chico de 18 años y una chica de la misma edad pueden vivir en realidades digitales tan distintas como si habitaran planetas diferentes.
Y esto tiene consecuencias políticas inmediatas. Como señala el libro, el voto joven puede ser clave tanto para la izquierda como para la extrema derecha, dependiendo del contexto y, crucialmente, del género. Estamos viendo emerger figuras como Milei o youtubers candidatos que conectan especialmente con jóvenes masculinos desencantados con el sistema.
La comunicación política en la era post-algoritmo
Como consultor de comunicación, una de las partes que más me interesa del libro son las propuestas concretas para reconectar con esta generación. Gutiérrez-Rubí es claro:
"No basta con estar en las redes. Hay que hablar su idioma."
Pero ¿cuál es ese idioma? No es solo cuestión de formatos (aunque hacer Tiktoks ayude). Es cuestión de autenticidad, de vulnerabilidad, de reconocer que el mundo que les estamos dejando está roto y que necesita reparación urgente.
La comunicación política tradicional, basada en promesas grandilocuentes y mensajes aspiracionales, simplemente no funciona con una generación que ha visto cómo esas promesas se evaporaban una y otra vez. Necesitamos una comunicación que parta del problema, que reconozca el dolor, que no venda humo, sino que ofrezca herramientas concretas para la transformación.
También necesitamos entender que esta generación no consume información, la vive, la siente, la incorpora a su identidad. No buscan datos, buscan narrativas que den sentido a su experiencia. Y esas narrativas deben ser tan complejas y matizadas como la realidad que habitan.
El futuro se escribe ahora
Esta generación, con todos sus contradicciones y heridas, también porta las semillas del cambio. Su rechazo al sistema no quejarse por quejarse, es exigencia de algo mejor. Su ansiedad por el futuro no es parálisis, es urgencia de acción. Su soledad no es apatía, es sed de comunidad auténtica.
El reto está en saber escucharles para aprender. Porque si algo tengo claro es que el futuro no se va a parecer en nada a lo que conocemos. Y eso, lejos de dar miedo, debería emocionarnos.
Al final… como diría el poeta:
"A lo mejor no es que estemos perdidos. A lo mejor es que estamos encontrando un camino nuevo."
Quizás esta generación, marcada por la crisis y moldeada por los algoritmos, sea exactamente lo que necesitamos para reinventar la democracia, la economía y la sociedad. Quizás su aparente desesperanza sea, en realidad, la semilla de una esperanza más realista y más profunda.
Antoni Gutiérrez-Rubí es experto en comunicación, estratega político y fundador de Ideograma. A lo largo de su trayectoria ha acompañado a líderes e instituciones en América Latina y Europa, y ha publicado numerosos ensayos sobre innovación democrática, tecnopolítica y cambio cultural. Tuve el privilegio de colaborar con él durante casi cinco años, una experiencia profesional y humana profundamente valiosa.
Hay que tener fe en los jóvenes y darles mejores herramientas, me ha gustado mucho el post Carlos
És preocupant que digui "democràcia" en lloc de "capitalisme". Marina Garcés a "El temps de la promesa" ens parla de la promesa sobirana que ens fa el capitalisme: "el creixement il·limitat". Que seria ben bé el que troba a faltar el teu fill: "progressar". Al meu entendre el que està fallant és el capitalisme, no pas la democràcia com a tal.
Sí que és cert que al mateix llibre na Marina Garcés en diu que la promesa sobirana d'un Estat (qualsevol, democràtic i no) és la seguretat, però no només la seguretat policial, sinó la seguretat laboral, d'educació, de sanitat, etc, en definitiva tot el que et fa progressar i realitzar com a ciutadà d'aquell estat concret.
També deixa clar al llibre que les tres promeses sobiranes que hi descriu no es compleixen massa.